martes, 24 de marzo de 2009

La guardería futura


Desde no hace mucho tiempo las antiguas guarderías infantiles han dejado de existir para convertirse en centros infantiles de 0 a 3 años. La razón para este cambio de nombre es que el término guardería hace referencia exclusivamente a la acción de guardar; y por lo tanto se queda corto el significado, ya que además de cuidar y guardar a sus clientes también les enseñan cosas.

Es curioso que la Administración se ocupe de esta matización en la nomenclatura de esta etapa educativa y, sin embargo, esté empeñada en convertir los centros de otras etapas educativas en guarderías de hecho.

Me explico: los centros de educación secundaria en principio eran centros donde el alumnado se formaba y aprendía cosas que les pudiera servir para abordar una formación futura con garantías de éxito tanto a nivel académico como profesional. Sin embargo, en la actualidad cada vez es menor este aspecto formador de los centros de secundaria, y mayor el carácter “educador” y “cuidador” de los adolescentes.

Es más, se quiere ampliar este carácter cuidador de los centros de secundaria ampliando los días lectivos y haciendo obligatorias la organización y desarrollo de actividades extraescolares en horario de tarde.

Está claro que en la sociedad actual en la que vivimos es cada vez más necesario que los padres y las madres se dediquen a ganar dinero sin que ninguno de ellos pueda quedarse en casa. Además, las empresas cada vez exigen más a sus empleados, por lo que los padres cada vez menos disfrutan del tiempo necesario para ocuparse de sus descendientes cuando éstos no permanecen en los centros educativos.

Evidentemente, la Administración debe dar solución a este problema, porque no todas las familias disponen de familiares o amigos que cuiden a sus hijos durante los periodos de tiempo en los que no hay clase; pero pienso que es erróneo proponer que sean los propios centros educativos los que solucionen los problemas.

Se le exige al profesorado que además de burócrata, vigilante, cuidador y, en última instancia, enseñante, sea animador socio-comunitario. Esto supone un deterioro aún mayor de su autoridad ante el alumnado y un mayor desgaste de la moral del docente, por lo que cada vez será más difícil enseñar, promover la convivencia pacífica y lograr que el alumnado alcance los objetivos previstos.

Considero que una solución más lógica es que sean los animadores socio-comunitarios quienes actúen como animadores socio-comunitarios, y dejar a los docentes como labor fundamental la docencia.

No cabe duda de que adjudicar la animación socio-comunitaria al profesorado es una solución más barata. Pero conducirá a un empeoramiento de la calidad de la enseñanza en nuestros centros que próximamente pasarán a llamarse GPA: Guardería Pública de Adolescentes.


Antonio Carrasco Márquez

Profesor de Enseñanza Secundaria